Partimos rumbo directo Córdoba a Tafí del Valle, dónde nos tomamos unos días para hacer caminatas al Cerro El Pelao (para el futuro le tenemos ganas al Ñunorco), visita al Museo La Banda, Estancia Las Carreras(visita guiada por Tambo con un costo $5,00 c/u y de regalo un café, hermoso lugar).
Vista desde El Pelao- Tafi

Dique La Angostura

Camino de Los Artesanos-Tafi

Estancia Las Carreras

Cerca del Infiernillo

Luego seguimos por Amaicha del Valle, dónde la genialidad del Museo Pacha Mama nos comenzó a impregnar el espíritu de saber que el esfuerzo de superación es único y no identifica cómo hemos nacido ni dónde ni en que condiciones, el ejemplo de su fundador, Héctor Cruz no hace más que poner acento sobre el sentido de pertenencia dejando de lado el interés personal. Conozcan su historia.
Museo Pacha Mama – Amaicha del Valle


A pocos kilómetros arribamos a Ruinas de Quilmes, mostrándonos el polo opuesto a la labor de Cruz: La desidia del desorden en un lugar que debe ser preservado para recordar siempre que estas tierras fueron veneradas por nuestros antepasados. Sentimientos encontrados: Asombro por lo que fue un pueblo y dolor por lo que nosotros no respetamos.
Ruinas de Quilmes

Luego volvimos hacia atrás otro tanto, y Santa María del Yokavil nos vió pasar. Queda en mis retinas un pasado de luchas laborales expresadas en el Centro Obrero que data de 1920 camino hacia Santa María.



Retomando el norte, Cafayate comienza a mostrar la proligidad en el diseño de un turismo que forma parte de sus propias actividades, Viñedos, Cerámicas y Tejidos. Qué ver en Cafayate ? Las cascadas, una caminata de no más de 2 horas de ida y otro tanto de regreso, Finca Las Nubes, San Pedro de Yacochuyo y Cerámica Haro, entre otros.
Camino a los Médanos - Cafayate

Las Cascadas - Cafayate

Finca Las Nubes - Cafayate

Saliendo de Cafayate

Continuamos nuestra peregrinación hacia Cachi, poblados como Angastaco o Seclantás nos animaron a pensar que la grandeza de la gente se expresa en sus quehaceres diarios, de sacrificios y esperanzas. Pequeñas extensiones de tierra, que con gran esfuerzo dominan los 160 mm de precipitaciones anuales para dar lugar a maizales y alfalfas que servirán de alimento para propios, viajeros y rebaños, estando presente siempre el arado de mano tirado por equinos con esmero cuidado. Los secaderos de pimientos decoraban el rojizo y grisas de sus cerros. En Seclantás, el comedor de Díaz nos amanso con sus humitas y su mistela de elaboración propia.
Camino a Cachi – Estancia con una Parroquia de antigua data.


Angastaco

Seclantás

Secadero de Pimientos

Llegamos a Cachi, y la noche nos descansó para provisionar combustible, chequear la camio y comprar un poco de coca, que junto con el oxígeno que llevamos nos ayudaría a pasar el Abra del Akay para arribar finalmente a San Antonio de los Cobres.
Al día siguiente comenzamos el camino que nos convaco
ocaría a atravesar lugares increíbles con más expresiones de sacrificio y sueños de adoración a la tierra. Arribamos a La Poma y avisamos en la Policia que pasaríamos por el Akay.
Comenzaba un camino serpenteante, en ocasiones de cornisa y de angosta trocha, y en otras de pampas largas que albergaban, llamas, vicuñas, algunas cabras y ovejas.
Hasta el Akay el paisaje fue eternamente bello y posterior a él(40 km antes de San Antonio) el clima empezó a mostrar más crudeza a medida que más descendíamos, mucho viento, frío y las nubes que empezaban a aparecer. El mal de altura se hizo presente a partir del descenso del Abra, aunque relativamente leve, ya que sólo teníamos fuerte dolor de cabeza, lo que a su vez no nos permitía disfrutar aún más lo que nuestras retinas y oídos recibían por mensajes de un cielo, una tierra y habitantes increíbles. Un pequeño inconveniente con las paletas del ventilador, que por suerte se solucionó, nos obligó a quedarnos esa noche en San Antonio.

Pasando la Poma hacia San Antonio de los Cobres

Comienza el serpenteo

Vamos subiendo la cuesta

Las acuarelas de la RN40 Camino a San Antonio de los Cobres

El nevado, del Acay ?

El Abra

Al día siguiente, bajamos a Salta, repitiéndose paisajes, esfuerzos y sacrificios.
Camino a Salta desde San Antonio


La Linda nos enseñó que hasta en grandes ciudades se puede conservar el respeto entre quienes conviven, la solidaridad y la amabilidad. Allí conocimos el telesférico, el Cerro San Bernando, San Lorenzo, con caminata por las yungas incluido. Paseo Balcarce demostró que se puede convivir entre el folclore, el pop, la electrónica y la música tropical.
Vista de Salta desde el Telesférico

La Catedral

Al pie, San Lorenzo, luego Salta – Vista desde la Reserva de Yungas en San Lorenzo

Otro monumento al culto en Salta

El Museo de Arquelología de Alta Montaña, frente a la plaza 9 de Julio, pleno centro salteño, nos mostró lo que en libros aprendimos, sin justipreciar en su real dimensión lo que pueblos originarios alcanzarían con su tecnología: Los ajuares de los Niños de Llullaillaco indicaban un nivel metalúrgico y orfebre alcanzado de alta manufactura, tejidos de cuidado diseño y fineza que hoy son de difícil imitación. La última sala del museo guardaba secretos aún más indescifrables: la exposición de uno de los niños que se hallaron en el Volcán Llullaillaco a 6739 mts de altura. Para quienes les resulta un hecho deshumano les propongo que conozcan la historia y que luego reflexionen. Más allá de lo reprochable que puede resultar el sacrificio humano, rescato el fuerte agradecimiento que estos pueblos le daban a la naturaleza, ofreciéndole siempre lo mejor que podían confeccionar con sus labores, hasta con sus vidas. Los niños sacrificados pertenecían a la realeza y se seleccionaron entre otros por su belleza, entre otros factores. Eran otros tiempos y otras culturas, no justifiquemos, pero tampoco juzguemos sus procederes como hoy podemos hacerlo con nuestros contemporáneos. Pensemos sólo en el hecho de que nuestros dirigentes en la actualidad sólo piensan en el poder, con olvido supremo del porqué los elegimos. Cuál es el sacrificio que están dispuestos a dar ? A qué le agradecen ? Y nosotros, qué hacemos ? Si ellos son así es porque, tal vez, nosotros seamos igual.
Dejando de lado estas palabras, continúo con el viaje. Salimos de Salta para tomar camino hacia Tilcara, la Quebrada de Humahuaca expresaba su magnificencia y esplendorosidad. Allí visitamos Purmamarca y su Cerro Siete Colores y el Pucará de Tilcara. Otro día nos llevaría visitar Laguna Los Pozuelos: la presencia de Flamencos rosados en ascuas de iniciar una nueva migración nos permitían gozar de un lugar de hermosa armonía.
Camino a Tilcara, por el camino de El Carmen

Ya en Tilcara, Peña de Carlitos. El Erke a pleno movimiento


Laguna Los Pozuelos – Por el camino a La Quiaca – Sin flamencos a la vista.

Camino a Los Pozuelos por el acceso de Guardaparque – Vicuñas

El camino continúa

Flamencos en vuelo

La viajera

Purmamarca



Y siguió el destino, nos fuimos para Iruya. Para llegar allí tomamos un camino que va por detrás del camino principal, conociendo parajes de singular belleza, cuyos nombres quedaron reflejados en un cartel de vialidad y que mi memoria no retuvo. Llegamos a Iruya y quizás lo magnánimo del lugar es la reflexión presente de todo el relato: Agradecimiento, sacrificio y esfuerzo. Sus callecitas empedradas, con escalones que cortan la ladera me describían historias de lugareños olvidadas en la memoria intacta de sus ancestros.











Y el recorrido se terminaba, quedándonos para un futuro otros lugares, otras enseñanzas.
De regreso no pudimos escaparle a La Cuesta del Obispo y lo que comenzó con el desánimo de estar todo cubierto por nubes, terminó con un sol apremiante y bello.




Ya en Córdoba, no me queda más que agradecer el haber tenido la posibilidad de conocer tantos lugares y de saber que la Argentina no se termina en discursos vacíos, recetas equivocadas y negociados teñidos de blancuzca procedencia colombiana.
Saludos a todos y espero que les haya gustado.