Salgo de la ruta 3, y me encuentro con una pista de tierra ancha, y muy bien mantenida. Como siempre, en cuanto toco la tierra conecto la doble, la 3 puertas es muy corta y en simple le cuesta poco cruzarse. En doble, parece que va sobre rieles. En general, en ripio viajo a unos 60 km/hora, pero el camino estaba muy bueno, e invitaba a acelerar un poco más.

No me crucé con nadie, imagino que por lo temprano de la hora, porque se ven muchas huellas de vehículos. El paisaje es el típico patagónico de meseta, algo monótono, quizás, pero con esa belleza única que nace de los grandes espacios vacíos. Cada tanto alguna lomita, como para romper la monotonía.

El camino sigue, a veces con mucha huella, pero al 1.6 no le importa nada, sabe que puede llegar sin problemas al fin del mundo. ( Y hasta le sobra para hacer el camino de vuelta, si es que es necesario). Y también hasta para volver al fin del mundo otra vez. La Suzuki ronronea parejito y de lo más contenta, libre por fin del asfalto y la ciudad, a unas 2.500 vueltas mientras, orgullosa, deja marca en el cielo, anunciando su presencia mediante una enorme estela de polvo.

Y después de algunas horas el paisaje cambia, y mucho. No esperaba este verde. Es que Telsen está en un valle, protegido del viento y con bastante agua. Me sorprendió bastante, no imaginaba este oasis en medio de la patagonia. Es un pueblo muy agradable, con sus largas cortinas de álamos y calles en desnivel. Desde Madryn son unos 180 km, pero pasan como nada porque el paisaje nos invita a perdernos en nuestros pensamientos, y como que se viaja en un estado de hipnosis, las inmensidades patagónica tienen esa habilidad para dominar la mente.
Volvemos a la realidad cuando Telsen nos da la bienvenida:

Telsen deriva del tehuelche, que era la gente que poblaba la patagonia antes de la llegada de los mapuches, que a su vez escapaba de la invasión española. En realidad tehuelche es una palabra mapuche, no se como se llamaban a si mismos en su propia lengua. Telsen (junco o totora en tehuelche, o quizás más propiamente en “aonek'o 'a'jen”, (aunque no estoy seguro)), debe tener unos 600 habitantes, y en el pueblo hay variados servicios, incluyendo estación de servicio, algo precaria. De las viejas, con los antiguos surtidores en que los dígitos son mecánicos.
Empezaba a hacer calor, y ya son las 11:30 y el desayuno ya se había consumido hacia rato. En la plaza central, los árboles invitan a hacer una parada a la sombra. Tiempo para un pequeño refrigerio matinal, antes de seguir la jornada, ya que todavía es un poco temprano para el almuerzo. También hay que estirar las piernas, el camino que queda es muy largo.

La salida de Telsen me pareció maravillosa, un camino angosto (las fotos se las debo por falta de banquinas, no quise parar sobre la ruta) que serpentea por una cortada mientras sube rodeado de totoras. Después de Telsen el asunto cambia, la pista pasa a ser un camino que sigue estando bien mantenido, pero ya no es la pista ancha y suavecita de antes.

Pero hay algo más, y aunque no se sepa, igual se advierte. Está en el aire..., o es alguna señal que el intelecto no registra pero el cuerpo percibe. Es que nos estamos adentrando en la Meseta del Somuncurá, las piedras que hablan, en idioma mapuche. Y quizás nuestros oídos no las oyen, pero nuestro instinto sin duda las escucha. Me parece que el mensaje no es una bienvenida.
La Meseta del Somuncurá es una brutal masa de basalto, que se eleva unos 900 metros, una impronta gigantesca en el macizo arcilloso patagónico. Un escalón en otro mundo, y de otro tiempo. Un lugar de lo más inhospito y solitario, aislado de todo desde tiempos inmemoriables, que hasta hoy es un enorme hueco en los mapas. Roca y desierto. Algunos cuentan que es el lugar elegido por los templarios para su último refugio, el más sagrado y seguro.
Y el paisaje empieza a hacerse más variado, y la travesía más entretenida, mientras negociamos las curvas verticales y horizontales. Y a la Suzuki no le importa que el camino se ponga a veces muy aspero, se limita a volar bajito cortando las irregularidades.

Ya son las 3 de la tarde, y nos despedimos de Gan-Gan, después de hacer combustible en la nueva estación de servicio. Impecable, pero solitaria.
Son casi 310 km desde el centro de Madryn, y cargo unos 31 litros. En doble, generalmente en cuarta velocidad, unos 60 km/h, el consumo usual para el 1.6 es de unos 10 a 10,5 km/litro. El tanque está muy cargado, pero el ánimo más aliviado, porque ya estamos seguros de tener combustible para llegar a la cordillera. En la patagonia nunca se sabe.
Gan Gan (pastos en lengua tehuelche) está en un mallín , pero no por eso deja de estar expuesta al viento, y se nota. Vegetación escasa, y achaparrada. Es un pueblo de unos 800 habitantes , y tiene todos los servicios básicos. Hay un hotel a la salida del pueblo, que parece adecuado para hacer noche, y por si se quiere cortar el viaje. Es un lugar con historia, desde hace más de mil años los aborígenes lo usaban de parada durante el verano, para instalar por un tiempo las tolderías. Suele haber una laguna grande, donde se puede navergar en cayak y tabla de wind surf. El pueblo data de la década de 1900.
Por mucho, Telsen es más agradable. Pero claro, la región es otra, Gan Gan está a unos 100 km más hacia el Oeste, haciendo patria en lo profundo de la patagonia. Con las rutas de asfalto, la patagonia ya no es lo que era, pero igual se resiste a ser domada, y su espíritu busca refugio en lugares como Gan Gan. Y aunque las casas son sencillas, y las calles de tierra y la vegetación muy sufrida, el entorno lo embellece y el pueblo de Gan Gan brilla en su humilde esplendor, aunque sea apenas un punto en un enorme agujero en los mapas.

Y el camino va cambiando, más ancho o más angosto, mejor mantenido o no tanto, arena o grava, pero simpre es el protagonista, junto con el paisaje, el polvo, y la inmensidad.

Y serpentea evitando las rocas, quizás porque la topadora no puede con ellas, aunque a mi me gusta pensar que los antiguos, en su sabiduría, juzgaron prudente no perturbarlas, al menos no en la Meseta del Somuncurá, y procuraron que la huella solo mancille la arcilla, aunque el camino sea mucho más largo .



De reprente Gastre (“leña-piedra” en tehuelche) queda atrás, y por alguna razón desconocida mi máquina de fotos se resiste a retratarla, porque las fotos se pierden. Ya son unos 370 km. Gastre es una comuna de unos 700 habitantes y se ubica en plena pampa, y la desafía descaradamente, desdeñando la protección de unas mesetas cercanas, aunque los sufridos arbolitos de su plaza central apenas si consiguen subsistir. Pero Gastre resiste orgullosa, y se instala para quedarse.
Hay almacenes, y estación de servicio, aunque muy primitiva. Y aunque Proyecto Mapear indica dos hoteles, no los encontré, aunque admito que no puse mucho empeño en buscarlos.
Y unos kilómetros más allá, cuando uno pasa cerca de las últimas lenguas del Somuncurá, se siente como un llamado, una sensación extraña, como una urgencia para cambiar el rumbo, como una necesidad de perderse en la roca, sin saber para qué.


Pero el viajero prudente ve que las sombras son muy largas, y el sol está bajo, cerca del horizonte, y percibe que todavía está en el medio de la nada. El esfuerzo de voluntad es muy grande, es difícil ignorar el llamado, vencer la tentación de pegar la vuelta y perderse en el Somuncurá. Pero la Suzuki, sabia, ayuda, y responde con más brio que el habitual cuando apuro la primera. Y a 5000 vueltas el 1.6 ruge con fuerza, quizás porque sabe que le conviene evitar que yo escuche lo que hablan las rocas, y enseguida estamos en la intersección con la Provincial 13.
Tengo claro que más allá, hacia el Oeste, también hay rocas. Pero es otra cosa. Es que la cordillera de Los Andes no nos rechaza, sino, todo lo contrario, nos regala oasis como el Puelo, para que los disfrutemos. Quizás es porque el Somuncurá es antiguo, mucho, casi como la tierra misma, y ya era viejo y tenía muchas decenas de millones de años cuando la cordillera recién se formaba. Me parece que el Somuncurá no nos quiere, y nos lo muestra.
Pensaba volver por Cushamen, para hacer noche en El Bolsón, pero el camino se veía muy poco circulado, no sabía como estaba, y no quería demasiadas emociones el primer día de vacaciones. Entonces opté por seguir a Esquel vía Paso del Sapo y Gualjaina. El camino, aunque más largo, está razonablemente bueno, crucé varios vehículos. Y los pasisajes, como Piedra Clavada, son maravillososo cuando el sol los pinta de rojo con los últimos rayos de la tarde. Llegué ya de noche, a eso de las 11:30. Fueron 600 kilómetros, largo pero interesantes.